Marco Jiménez no oculta un mohín desdeñoso cuando habla del Sol. Un enemigo tan inmediato como inalcanzable. Jiménez es un agricultor que junto a comuneros trabaja en una parcela en la alcaldía Tláhuac, al oriente de la capital de México. Su campo se está secando. Él sabe que el astro no tiene la culpa, que el problema involucra diferentes fenómenos naturales y climatológicos, aunado a décadas de dejadez e irresponsabilidad humana. Pero el Sol está ahí, insoportable, apostilla Jiménez, como una cara a la cual maldecir en días como este, por no hablar de los del último año.
El pedazo de tierra que Marco Jiménez trabaja es una muestra del impacto que el cambio climático ha tenido en el campo. Pero el problema no es exclusivo de este país: el edén latinoamericano se está quedando sin agua en tiempo récord. Las cosechas de todo el bloque están sufriendo o simplemente se han negado. En otras latitudes el tema ha cobrado tintes políticos. Desde el año pasado, paros laborales y movilizaciones del gremio agrario en Europa ilustran portadas de periódicos internacionales.
Lo grave es que no solo no hay agua: la poca que queda se está desperdiciando. Y no se trata únicamente de la pérdida de este bien, sino de todo el mal que podría traer a las sociedades: inseguridad, crisis alimentaria, desigualdad. ¿Cómo alargar la vida de este líquido? El argentino Jairo Trad tiene una idea extraña, revolucionaria y probablemente no antes vista: pagar al campesino un bono económico por proteger el agua, por frenar el derroche. ¿Esto es posible? Para Kilimo, la empresa que dirige Trad, lo es. Es una manera de paliar el desperdicio del recurso natural a través de un incentivo que de paso eduque y concientice a los trabajadores ejidales.
Jairo Trad sabe muy bien que la crisis climática es el gran monstruo a vencer. Las secas, como también son llamadas las temporadas sin lluvias, son producto de climas extremos derivados del calentamiento global y de otros fenómenos ambientales. Trad también es consciente de que su negocio difícilmente acabará con todo el asunto. Pero no deja de ser interesante que, ante el gran aprieto, que compete a todas las sociedades del mundo atender, proponga con Kilimo una forma de disminuir el desastre en un punto focal que a veces queda relegado por los propios gobiernos: el campo.
Kilimo arrancó en Argentina poco antes de 2016 como una startup latinoamericana enfocada a la gestión del agua en la agricultura. La empresa vio en el campo una gran oportunidad: “la industria agrícola en países en vía de desarrollo utiliza arriba del 85% del agua de la región. Queríamos desarrollar modelos tecnológicos para un entorno que en muchos sentidos significa un desafío doble. Pasamos casi un año entendiendo a los agricultores, viajando, visitando, conversando con ellos”, narra Trad para WIRED en Español.
“Siendo honestos, todos pagamos el agua mucho más barato de lo que vale en realidad, y cuando una cosa no tiene el valor que merece, se desperdicia. Así somos los humanos. Cuando algo nos sale muy barato, lo desperdiciamos”, enfatiza Jairo.
“Nosotros no vamos a cambiar la constitución de todos los países de América Latina. Tampoco conseguiremos que se pague el precio completo del agua. La idea de Kilimo, luego de hacer mucha investigación, es premiar al campesino por ahorrar este bien”. ¿De dónde sale el incentivo económico que llega a las manos del agricultor por rescatar el agua? “Descubrimos que habían empresas que tenían mucho interés en invertir en seguridad hídrica de las regiones en que operan”.
Trad lo explica de una manera sencilla: “Imagina que eres productor de cerveza y tu negocio está en una comunidad agrícola en la que dependes, como todos en la región, del suministro de agua. Tú como empresa me llamas porque has notado que a tu alrededor los ejidos vecinos están gastando más agua de lo debido, incluso la están desperdiciando. No adrede, a veces es por simple desconocimiento. Tú estás dispuesto a ofrecer dinero para asegurar que eso cambie, porque tu empresa depende del agua. Kilimo entonces toma el dinero y lo reparte a los agricultores luego de educarlos y de hacer que cumplan una meta medible de agua salvada”.
Kilimo funge como intermediario y enseña a sociedades agrarias enteras a recuperar, salvar y proteger el agua para obtener el recurso económico al cumplir el objetivo. Es algo que no conviene solo a uno o dos campesinos. Puede beneficiar a pueblos completos. “Las empresas nos contratan para que nosotros logremos que sus agricultores vecinos cuiden el agua. Y cuando verificamos que esa agua se cuidó le podemos pagar el incentivo. Ningún agricultor se va a volver rico con esto, pero es un premio suficientemente fuerte como para hacer que en algunos lugares de Latinoamérica el agricultor entienda que el agua tiene valor y empiece a cuidarla mucho más”.
Hasta aquí suena muy fácil; Jairo no oculta algunas implicaciones. “El agua es una palabra idiosincrática, en cada lugar la relación de los actores con el agua es diferente porque es particular. Entendimos desde el día uno ese desafío y creemos, por nuestra forma de ser, que estamos configurados para respetar ese sistema de creencias cada vez que hacemos la intervención”.
A veces puede ser difícil inmiscuir las formas, exponerlas, hacerlas conscientes, para luego cambiarlas. La de Kilimo es una labor titánica que no busca persuadir para enriquecer a unos cuantos. “Es súper complejo porque no existe este modelo de negocio. Todo el mundo se acerca al agricultor para pedirle plata, no para ofrecerla por hacer las cosas bien”.
“Tenemos una Academia de riego, que educa a varios cientos de miles de agricultores en toda América Latina. Somos un equipo conformado por más de cincuenta personas regadas en una veintena de países del continente. Hacemos eventos presenciales donde compartimos las mejores prácticas de riego y tratamos de concientizar a los agricultores para que entiendan lo valioso que es gestionar mejor el agua. Hemos notado que los campesinos tienen más ganas de meterse en el software y seguir las recomendaciones de la plataforma para regar mejor sus parcelas”, asegura Trad.
El Sol seguirá implacable para Marco Jiménez. Pero ahora conoce una alternativa que puede impulsar su trabajo y el de sus compañeros.